lunes, 8 de marzo de 2010

Opinión: Despojarnos de la Camisa del Miedo

Tomado de Diario Extra, 8 Marzo 2010.

DESPOJARNOS DE LA CAMISA DEL MIEDO

Óscar Arias Sánchez – Presidente de la República

La calidad de nuestra democracia se mide de muchas maneras. Entre otras cosas, se mide por nuestra capacidad para proteger a las personas más vulnerables de nuestra sociedad. Bien lo decía Lord Acton, hace más de un siglo: “el examen más certero por el cual podemos juzgar si un país es verdaderamente libre, es el nivel de seguridad que en él disfrutan las minorías”.

El tema del SIDA, y en general de las enfermedades de transmisión sexual, no es sólo un asunto de salud pública. Es un asunto de derechos humanos. Es una vitrina en donde se puede observar qué tan cierto es nuestro compromiso con la democracia, y qué tan capaces somos de garantizar la plena vigencia de las libertades individuales en nuestros territorios.

Se vulneran los derechos humanos cuando una persona con SIDA carece de los medios suficientes para comprar los medicamentos que necesita para supervivir, y su Estado gasta los recursos que permitirían comprar esos medicamentos, en comprar cohetes y tanques de guerra.

Se vulneran los derechos humanos cuando a una persona se le niega un trabajo o una oportunidad de ascenso, por el simple hecho de padecer una enfermedad que, bien atendida, no disminuye en nada su desempeño laboral.

Se vulneran los derechos humanos cuando una persona debe sufrir la condena moral de fanáticos y obcecados, que tachan de promiscuos o libertinos a quienes no son sino las víctimas de uno de los virus más letales de la era moderna.

Pero se vulneran también los derechos humanos cuando el prejuicio y la ignorancia ponen una mordaza sobre nuestro sistema educativo, a la hora de hablar de sexualidad a nuestros jóvenes. Cada vez que menciono este tema, agito un vendaval en los sectores más conservadores de nuestra sociedad. Hay todavía en Costa Rica, y en Centroamérica, personas que prefieren preservar un pudor victoriano, que una vida humana. Prefieren ver a nuestros jóvenes como una figura ideal e imaginaria, y no como esos seres de carne y hueso, que empiezan su vida sexual entre los 14 y los 16 años.

No me malentiendan. Yo también desearía que nuestros jóvenes inicien su vida sexual con un poco más de madurez. Pero no creo que esa madurez venga del secreto y del oscurantismo. Nuestras opciones son tan crudas como simples: o tenemos una juventud sexualmente activa e informada, o una juventud sexualmente activa e ignorante.

Los más recientes estudios demuestran que las personas jóvenes son determinantes en el comportamiento epidemiológico del VIH-SIDA. En términos de edad, ningún otro grupo presenta una vulnerabilidad mayor de infección ni un impacto más severo en las consecuencias del virus. Sin embargo, ningún otro grupo presenta posibilidades mayores de cambio, precisamente por tratarse de una población que se encuentra actualmente en el sistema educativo formal. Nuestros jóvenes pueden transformar la situación del VIH-SIDA en menos de una década. Pero para hacerlo, tenemos que distribuir condones en nuestros colegios, tenemos que hablar sin tapujos sobre el sexo y tenemos que combatir, con todos los recursos y con todos los argumentos, la oposición de padres de familia y educadores que viven en el siglo XIX.

Para hacer todo eso necesitamos vencer el miedo, nuestro enemigo principal. El miedo paralizante, que prefiere hacer como que nada ocurre en lugar de enfrentar la dura realidad. El miedo discriminante, que prefiere segregar a una persona enferma en lugar de aceptar que todos podemos sufrir la misma enfermedad. El miedo ignorante, que prefiere que los números sigan aumentando, que las muertes sigan ocurriendo, que el dolor se siga propagando, en lugar de aprender y educar sobre uno de los actos más básicos de la naturaleza humana: el intercambio sexual.

Un recordado Secretario General de las Naciones Unidas, alguna vez dijo que “hacer posible la emancipación frente al miedo probablemente resume toda la filosofía de los derechos humanos”. La posición de nuestros habitantes, de nuestros pueblos y de nuestros Gobiernos frente al SIDA, es una camisa de fuerza construida a partir de un miedo irracional. Despojarnos de esa camisa, emerger de la falsedad, llamar las cosas por su nombre, hablar sobre lo que se tiene que hablar, ése es el comienzo de la tutela de los derechos humanos en Centroamérica; ése es el comienzo de una región democrática de verdad.

Cada persona con SIDA, cada adolescente que inicia su vida sexual, pone a prueba nuestra capacidad para proteger a quienes más lo necesitan. Es nuestro deber asegurarnos de que no toquen en vano a las puertas de la política. A nadie se le debe negar ayuda. A nadie se le debe ocultar información. A nadie se le debe impedir que comprenda. Los brazos de la democracia no deben discriminar. Debemos asegurar que todos, sin excepción, puedan dormir al calor del abrazo de la libertad. Que así sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario